Eran las cinco de la tarde de cada día de la semana. Primavera, verano, otoño e invierno.
El turronero no podía faltar. Con su tabla sobre la cabeza, cargada de deliciosos turrones rellenos con miel, calientitos y recién salidos del horno.
Lo vi, hasta fines de los sesentas. Hoy solo forma parte del pasado.
gracias por visitar mi blog, yo también recuerdo algo del ayer, mas que nada los dulces, no voy a olvidar a aquel señor que vendía sanguito, como me gustaba con grageas de colores y pasas, los alfañiques con maní, muy interesante tus reflexiones, un saludo cordial. Valery
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